El pechi, un mesajero de amor. ¿Reír?, no puede ser.

 

¿Reír?, no puede ser.

El “Pechi” comenta

 

La vida es, en sí misma, una montaña rusa de emociones. Hagamos un ejercicio hoy, antes de acostarnos, tomémonos 5 minutos para ubicar las emociones que nos acompañaron durante el día. Un poco de pereza al despertarnos, quizás nos invadió un sentimiento de no querer levantarnos. Minutos después, tomamos energía y decidimos pensar que hoy, todo iría muy bien. Nos sentimos animados y, al meternos a la ducha, encontramos que la batería del calentador estaba baja. No había agua caliente. Esto nos produjo rabia y nuestro ánimo volvió a caer. Pero quizás, cuando el agua fría penetró nuestros músculos, sentimos una inyección de vitalidad… gritamos, nuestro cuerpo se movió a través de saltos en busca de calor y salimos del baño con una nueva sensación.

 

Nos sentamos en la mesa, tomamos un café bien cargado y, mientras mirábamos por la ventana, sentimos un poco de calma… Seguramente no ha pasado más de una hora y hemos atravesado, al menos, 5 emociones diferentes: Pereza, entusiasmo, rabia, euforia… calma. Esto es la vida. La vida no es otra cosa que un lapso en el cual experimentamos diversas emociones, y ser conscientes de ellas, nos permite transitarla con intensidad y crecer,  soñar y vivirla plenamente.

 

Cuando experimentamos una pérdida significativa, el corazón se pone más sensible, porque ha recibido un duro golpe. Las células están concentradas en curar la herida del corazón y los nervios, entonces, envían un mensaje de protección extrema: Evita tocarlo, porque está en reparación.  Por esta razón, la pereza es más intensa, el entusiasmo, quizás, es más difícil de encontrar, porque hay dolor; la rabia por la situación, nos parece insuperable; la euforia puede llegar a ser peligrosa en este delicado momento y la calma se entremezcla con la tristeza. La vida, a pesar de nuestras permanentes negativas, continúa.

 

Yo tenía 15 años cuando murió mi hermano. Estaba en el corazón de mi adolescencia y el mundo se me presentaba lleno de situaciones nuevas y maravillosos retos por asumir. De repente, mi casa se puso triste, mi entorno se puso apenado… mi corazón se sintió afligido. Había mucho gris a mi alrededor. Sin embargo, seguía siendo adolescente, por lo que era frecuente que sintiera momentos de mucha esperanza. Algunos amigos llegaban con alegría a mi casa y trataban de sacarme a jugar. Hacían bromas, me escuchaban, me respetaban… en ocasiones eran irreverentes, otras veces permanecían en silencio. Y yo, muy triste, sonreía. Con los días, logré levantarme alegre y, de pronto, sin explicación alguna, me envolvía una enorme tristeza. En segundos pasaba de reír, a querer morir.

 

Esa montaña rusa, que a veces interpretamos como una mala señal de nuestro proceso, no es otra cosa que la vida queriendo recuperar su ritmo. Solo que, el corazón aún está en reparación, y los nervios siguen poniendo anuncios de precaución: “No usar, trabajamos por su seguridad”.

 

Entender que podía volver a reír sin sentirme culpable, implicó un esfuerzo de reflexión intenso. Entender que cada sonrisa era la oportunidad para rendir homenaje a la maravillosa existencia de él en mi vida, fue un proceso lento, complejo, pero fundamental para poder volver a vivir. En esto, la naturaleza, el pechirrojo, el viento y el silencio, fueron fundamentales. Volver a tomar el ritmo natural de la vida y su maravilloso vaivén de emociones. De pronto, un día, comienzas a sentir que puedes quitar los anuncios de precaución, porque el corazón no solo está reparado, sino fortalecido. Solo resta, entonces, DECIDIR quitarlos, para recuperar la maravillosa experiencia de vivir, ahora con un nuevo y más profundo sentido. 

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