TAREA 3: Cuidar. Reconócete.
Desde siempre, mis padres, mi hermano y yo estudiamos en
centros educativos dirigidos por la comunidad jesuita. Tengo recuerdos muy
valiosos de sus enseñanzas, acompañamiento, nivel argumentativo y apertura
hacia diferentes pensamientos y sentimientos; y como llegar a ellos a través
del respeto profundo por la diferencia. Sin embargo, una de las herramientas más
valiosas aprendidas durante algunos encuentros de espiritualidad que fomentaba
el colegio, es lo que los jesuitas llaman: “La pausa Ignaciana”.
De antemano, pido disculpas si no soy completamente fiel a
los parámetros ignacianos; lo que pretendo en este espacio es compartir lo que,
a mis 15 años, entendí sobre esta herramienta y como la implementé en mi proceso
de duelo; lo que, para efectos de este escrito, puede resultar muy útil al
lector que quiera aplicarlo. Por tal motivo, puede suceder que mi creatividad
haya intervenido en el proceso, modificando algún concepto teórico.
La pausa ignaciana consiste en hacer un alto en el camino
durante el día, para evaluar, desde el punto de vista católico, el accionar de
Dios en nuestras vidas. Sin embargo, aunque es un ejercicio que parte desde el “ser
creyente”; de ninguna manera tiene un carácter de exclusividad. Todo lo
contrario; creas o no en Dios, la pausa ignaciana es una herramienta de vida
que puede ser aplicada desde cualquier perspectiva existencial. Hecha esta
aclaración, podemos decir que esta actividad sugiere 5 pasos:
1. Transición: Consiste en estar dispuesto
a la reflexión. Para aquellos que sean creyentes consistirá en “ponerse en
manos de Dios”; para quienes no, simplemente será entrar en un estado de
disposición y relajación, estar atento a la reflexión y a tomar consciencia del
presente.
2. Revisión: Es recordar, paso a paso,
detalle a detalle, cada una de las acciones, situaciones y decisiones tomadas
durante el día. Hacer un recuento desde el momento en que abrimos los ojos en
la mañana hasta ese instante en el que nos encontramos evaluando nuestro día.
3. Gratitud: Agradecer la vida y todas
aquellas situaciones acontecidas durante el día. Agradecer la risa, pero
también la tristeza y el llanto; elementos fundamentales de la existencia.
4. Contrición: Evaluar los posibles errores,
aquellas cosas que pudieron salir mejor y que por nuestras decisiones no fueron
posibles. Entenderlos, aceptarlos y perdonarlos.
5. Renovación: Pensar en el mañana, qué
voy a hacer en mi futuro inmediato, qué debo decidir, dónde y en qué momentos venideros
puedo sintonizar de mejor manera con la vida; y si se quiere, con el ser
querido que ha partido y aquellos que aún nos acompañan y necesitan de nosotros
para continuar su camino.
Este ejercicio diario, que no dura más de 5 minutos, y que,
cuando se hace con frecuencia llega a ser enormemente enriquecedor; fue mi
válvula de escape durante el proceso del duelo. Me invitó a ser consciente de
mis sentimientos y emociones; a elaborar caminos diferentes, a formular
preguntas que lanzaba a la vida y que, en un constante esfuerzo por vivir el
presente, fueron mostrando caminos maravillosos de vida.
Adicional a la pausa ignaciana, como ya he contado en
escritos anteriores, en familia abríamos constantemente espacios de
comunicación para escucharnos, cuestionarnos, llorar juntos y, reírnos en
complicidad a pesar de nuestro dolor.
Estos dos ejercicios, sencillos, cortos y prácticos, son el
aceite del engranaje de la nueva vida a través del proceso de duelo.
Nuestra propuesta en esta TAREA 3, que busca cuidar; es
tomar la DECISIÓN de reconocerse; y para ello, encontrar espacios íntimos donde
volvamos a ser conscientes de nuestra nueva existencia. Esta consciencia, muy
seguramente nos llevará a descubrir universos emocionales intensos que
mostrarán alternativas que, si así lo deseas, pueden resultar ser útiles en tu
renacimiento, hacia la VIDA en MAYÚSCULAS, como diría mi padre.
Julián Castelblanco.
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