TAREA 5: Hablar. ¡Maravilloso!


La manera cómo entendemos el mundo, como lo pensamos y reflexionamos; pasa por el filtro de la comunicación. Nos comunicamos en coherencia a como entendemos la existencia. Y nuestras emociones responden a las palabras que utilizamos para definir lo que creemos ver. Digo creemos porque, aunque juntos podamos observar un mismo paisaje, el significado que le damos a esta imagen y las emociones que nos genera, son particulares. Entendemos la realidad de diferentes maneras, de acuerdo a nuestra historia, nuestras convicciones y emociones; y esta comprensión se ve reflejada en las palabras que utilizamos para describirla.

Entonces, nuestra propuesta en esta TAREA 5 se centra en comenzar a ser conscientes de las palabras que estamos usando para contar nuestra pena. Muy seguramente, esa consciencia nos permitirá comenzar a utilizar un lenguaje más proactivo (si así lo deseamos) y positivo; y este lenguaje nos llevará a entender lo que sentimos de manera diferente.

Habiendo transcurrido un año y medio después de la muerte de mi hermano, estaba en un encuentro espiritual organizado en el colegio en el que estudiaba. Eran un par de días donde se nos planteaban diferentes actividades de reflexión y compartir de emociones, que pretendían buscar darles orden a nuestros sentimientos y plantear objetivos de vida acorde a nuestras pasiones y expectativas.

Recuerdo muy bien que, en una de las actividades, nos encontrábamos en círculo compartiendo aquella vivencia que nos hubiera parecido “maravillosa”. No tardé mucho para que, de manera instintiva, mi corazón se centrara en una en específico; sin embargo, decidí hablar de último porque no estaba seguro de ubicar esta experiencia en el cajón de lo “maravilloso”.

Pensé que de pronto podría ser atrevido, o tildado de loco o inconsciente por mis compañeros. El sacerdote que dirigía la actividad, me miraba de manera insistente; casi podría decir que lograba entender mis dudas. Esperó pacientemente a que todos hablaran, y, podría decir que con ternura, se dirigió a mí y me hizo la misma pregunta: Julián: ¿cuál ha sido la experiencia más maravillosa de tu vida?

Casi con pena, guarde silencio por una eternidad. Mis compañeros acompañaron mi ausencia de palabras de manera respetuosa. Levanté la mirada y dije: La experiencia más maravillosa de mi vida ha sido la muerte de mi hermano.

Todavía siento que al contar esta historia puedo estar diciendo una herejía. Para quien lee esto y se encuentra en un duelo reciente o elaborado de diferente manera al mío, podría incluso llegar a serle molesta mi respuesta. Sin embargo, a mis 43 años, sigo pensando lo mismo; la muerte de mi hermano ha sido para mí, una experiencia maravillosa, porque transformó mi manera de ver la vida para siempre, porque me generó preguntas que de otra manera seguramente no hubieran llegado; porque en ocasiones, durante todos estos años que han transcurrido, he sentido su compañía de manera clara. Porque cuando le pregunto algo; me responde… (bueno, no siempre; y esto también termina siendo una respuesta). Porque cuando solicito su ayuda, esto sí, sin excepción alguna; llega en el momento justo.
La muerte de mi hermano, a mis 15 años, me permitió enfrentarme con lo inevitable a temprana edad. Una vez más quiero ser muy cuidadoso con esta reflexión porque de ninguna manera quiero ofender ni irrespetar a quien aún siente la ausencia como la peor de las tragedias.  Quiero decirles que si la pregunta hubiera sido: ¿cuál ha sido el momento más difícil de tu vida? Mi respuesta hubiera sido la misma. Sin embargo, aún recuerdo como si fuera ayer, esa puesta en común planteada en mi época escolar. Ese día, después de año y medio de su muerte, dije que esta había sido una experiencia maravillosa; y estas palabras, que aun siento atrevidas, resultaron fundamentales para ir mitigando el dolor y comenzar a entender su partida desde otro punto de vista.

No se trata de un positivismo absurdo, extremo y sin sentido; se trata de aceptar la dimensión enorme de su ausencia temprana, las repercusiones que dejó su amor en mi vida; y el significado que me invita a construir un mejor ser humano a partir de su muerte. No fue cualquiera el que partió… fue mi hermano mayor, mi héroe, mi confidente, mi protector… mi constante conflicto, mi maestro de vida. Se fue mi compañero de cuarto, mi cómplice de travesuras… su presencia en mi vida, y su partida, DE NINGUNA MANERA, pueden significar para mí un recuerdo oscuro ni negativo. Todo lo contrario, su existencia siempre fue luz, alegría, reto, amor de hermano, amor de amigo. Por tal motivo, nada de lo que se relacione con él puede ser diferente a una experiencia maravillosa y transformadora para mí.

Desde ese día, decidí que hablaría de él con total tranquilidad, que a mis futuros amigos les contaría quien es Hugo Alejandro. Y al presentárselos, los haría cómplices también de su presencia en nuestras vidas. Hoy tengo cientos de amigos que saben de él, le piden consejo y ayuda, aunque nunca lo conocieron en vida. Hoy, Hugo Alejandro también es amigo de mis amigos y de mi esposa, que tampoco tuvo la fortuna de conocerlo. Y esa realidad me reconforta y me parece maravillosa porque me permite recordarlo y expresarme a través de él de manera proactiva y positiva.



Transforma la tragedia en aprendizaje a través de las palabras que utilizas para describir tus recuerdos. Entenderás entonces como las emociones van tomando un tinte más amable y tu relación con él, o ella, se ira reconstruyendo de manera “maravillosa”.

Julián Castelblanco

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