Tarea 10: Decidir. El Tiempo…

En los días donde el dolor se acrecentaba y la tristeza parecía no tener fin, con mucha frecuencia podía escuchar en personas que nos visitaban decir: “No te preocupes que el tiempo lo cura todo” en un intento desesperado por aplacar nuestra frustración y ausencia de pasión por la vida.

Hoy, 28 años después, creo que el tiempo, en el proceso de duelo, es una herramienta que está sometida a quien decide o no utilizarla. Al final, el sentido de utilidad lo genera la DECISIÓN de usarla no el ritmo inclemente del segundero. No es el tiempo el que genera el proceso de sanación de nuestro golpeado y maltratado espíritu; es la decisión firme de avanzar en el proceso del duelo hacia la construcción de un mañana mejor. He visto duelos que después de 13 años, permanecen inmóviles, alimentando la tristeza cada mañana. Pero también me he encontrado con personas que han experimentado situaciones inimaginablemente dolorosas y que, a pesar de ello,  toman decisiones de vida sorprendentes.


Una de las claridades que dejó la muerte de mi hermano en mi vida, era que dedicaría tiempo importante a una actividad enfocada en el servicio. En el colegio realicé algunas obras sociales que buscaban saldar mi deuda pendiente de vida; sin embargo, el premio mayor llegó cuando terminé mi carrera profesional. Decidí prestarme como voluntario en una organización católica que acompañaba desplazados de guerra en una zona de conflicto de mi país. Ahí, conocí una familia que marcaría mi vida para siempre.

Rosa, era una muchacha de aproximadamente 16 años. Campesina y desplazada por la violencia. La organización para la que yo trabajaba la acompañaba ya desde hace algún tiempo en algunos proyectos productivos que buscaban construir un camino diferente al de la violencia. Una tarde llegó a nuestra oficina con algo de dinero. Quería que la guiáramos porque deseaba iniciar un ahorro para garantizar los estudios de su hijo. Yo me presté para llevarla al banco y buscar un asesor financiero que nos diera las mejores opciones. Ella abrió una cuenta de ahorro y creó un CDT para evitar que pudiera retirar esa plata durante un tiempo determinado.

Esa tarde, Rosa me pidió un último favor; que la acompañara al mercado de la ciudad. Me dijo que la esperara en la puerta mientras ella entraba y se perdía en medio de la gente. 10 minutos más tarde salió con unas flores artificiales y me dijo: “Gracias… no sabía cómo agradecerle su compañía en medio de esta vida tan dura que nos tocó vivir; así que solo se me ocurrió esto”, y me abrazó… esa fue la última vez que vi a Rosa antes de que la violencia se la llevara.

Un mes antes, había conocido a su madre; una señora con la piel gruesa, curtida y arrugada. Su mirada, aporreada por la pobreza y la violencia, aún tenía la dignidad suficiente para sostenerse y comunicar sabiduría y una profunda paz. De contextura ancha, la mamá de Rosa hablaba despacio, media cada una de sus palabras y, en ocasiones, prefería guardar silencio antes que pronunciar algo que pudiera parecer innecesario. Sin embargo, su prudencia no le impedía hablar de manera directa y clara, sin cartas marcadas.

“Tuve 13 hijos; la guerra se llevó 12”, me contó una tarde en medio de 38 grados de temperatura, debajo de un árbol después del almuerzo. Yo, sorprendido por su confesión; irreverente e irrespetuoso, intenté bajar la tensión de su relato a través de un comentario desatinado: “imagino entonces que finalmente se acostumbró a recibir la muerte”. Ella me miró con algo de lástima envuelta en cariño, y me dijo: “No hijo, cada uno lo lloré como si fuera el primero… nadie se acostumbra a ese dolor… sin embargo; aquí estamos, porque también, cada uno de ellos me regaló un motivo más para vivir. Ahora solo me queda Rosa y por ahora, si la vida así lo permite, es mi motivo”.

Cuando me informaron de la muerte de Rosa, la primera persona en la que pensé fue en su madre, llorando la muerte de su hijo 13 como si fuera el primero; pero a la vez, tomando las DECISIONES necesarias para hacer de la vida y la muerte de su hija, algo digno.

No es el tiempo el que cura. El tiempo puede ser tu amigo o tu verdugo, pero no tu médico. La sanación del duelo viene a través de tus DECISIONES. Para mis padres, la cura de su tristeza estaba en aprender a amar y a servir; y entonces tomaron las decisiones necesarias para trascender su dolor. Es hora de comenzar a pensar cuál es la DECISIÓN que tienes que tomar para fortalecer el lazo de amor que te une a tu ser querido; y entonces, cuando tomes esa DECISIÓN y comiences a trabajarla, el tiempo será tu aliado. DECIDE.

 

Julián Castelblanco


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