Tarea 11: Crecer. Ser más.
Como ya he contado en escritos anteriores, tras la muerte de
mi hermano mis padres se vieron en la necesidad de acercarse al dolor de otras
personas que se encontraban atravesando la misma experiencia, con la intención
de acompañar su proceso de duelo.
Inicialmente se conformaron encuentros semanales a modo de
grupo de apoyo donde personas de todo tipo, sin importar su condición social, política
o religiosa, se reunían para compartir sus sentimientos y reflexiones y generar un espacio de
acompañamiento que buscaba abrir la comunicación de manera libre; con la
posibilidad de expresarse a través del llanto, el desespero o la frustración
sin temor a ser juzgados y con la certeza de saber que quienes escuchaban podía
acercarse al dolor de una manera empática.
En cualquier ciudad o país donde llegaban, una de las primeras
tareas que tenían era hacer contacto con cualquier organización o persona que
acompañara procesos de duelo por la muerte de un ser querido. Durante muchos
años, la experiencia de mis padres de haber liderado grupos de apoyo estructuró
una dinámica de vida que daba sentido profundo a la muerte de mi hermano. Sin
embargo, llegó un punto donde, estoy seguro, mi padre, a pesar de ser un gran
lector, comenzó a sentir la necesidad de, como diría San Ignacio de Loyola; “Ser
más para servir mejor”.
Estando en Ecuador, a sus 55 años, decidió ingresar de nuevo
a la Universidad para estudiar psicología. Sentía que parte de la
responsabilidad que tenía con todas aquellas personas que depositaban sus
emociones y sentimientos en él, debía ser correspondida con una mayor
estructura académica.
Todavía recuerdo el día que lo vi vestido con su toga, en
medio de muchos jóvenes, ansioso por recibir su diploma de graduación. No dudo que,
para él en ese momento, muchos años después de la muerte de mi hermano; su
duelo tomó un nuevo sentido. El compromiso adquirido desde el día del entierro
de mi hermano, por servir; hoy, con un diploma en sus manos, había sido sellado
con la seriedad y la grandeza que la vida de Hugo Alejandro mereció en nuestra propia
existencia.
Mi padre, un ingeniero electrónico amante de las
matemáticas, se graduaba de psicólogo con el objetivo de “ser más para servir
mejor”. Hoy, que lo veo con la perspectiva que puede dar la distancia y el
tiempo, entiendo que la muerte de mi hermano transformó nuestras vidas de una
manera maravillosa e inesperada. Y que, a cada uno de nosotros: mi mamá, mi
papá y yo, nos invitó a realizar búsquedas interiores sorprendentes que nos obligaron,
y nos siguen obligando, a estructurar mucho mejor nuestra inicial intención de
servir.
Si vamos a volcarnos hacia el servicio para honrar su vida,
debemos hacerlo en coherencia con el profundo impacto que dejó su amor en
nuestro camino. Y esto exige un proceso de desarrollo diferente.
Una vez más, esta búsqueda no parte desde el ego, desde
donde a veces surge una tentación desbocada: “Experimente un proceso de duelo,
conocí la muerte en mi vida y eso me hace un ser humano mejor a los demás”. NO,
no es ese el camino. Todo lo contrario, el proceso de duelo debe exigir partir cada una de tus decisiones desde la conciencia de sabernos humanos y
vulnerables. Es ahí donde radica nuestro aprendizaje; desde la oportunidad de entender
que seguimos siendo los mismos, pero ahora con la intención firme de poder
aportar a la humanidad desde lo que somos y luchamos por ser.
La TAREA 11 consiste en CRECER. Y nuestra invitación es a que tomes la DECISIÓN de hacerlo. Busca un nuevo estudio, profundiza en tu
profesión, apasiónate por la lectura, aprende un oficio o un arte nuevo; y
bríndale un enfoque de servicio que te permita construir sentido a tu vida a
través de la muerte de tu ser querido. Mira la sutil diferencia; ahora el
centro del problema no está en la muerte de tu familiar, sino en tu desarrollo
personal a través de tu proceso de duelo. Esa es la grandeza que dejó su vida
en tu corazón… convertirte en un mejor ser humano.
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