Reflexiones de una madre (6): La función debe continuar.

La función debe continuar pues la vida no se detiene y mi muerte, la que ansiaba tener cuando mi hijo murió, no quiso hacerme compañía. Debo seguir adelante o reiniciar mi vida desde cero, pero con la ventaja de haber adquirido herramientas para enfrentar cualquier dolor con la presencia espiritual de Hugo Alejandro que me alienta a enriquecer mi vida con el servicio amoroso a los demás.

Ahora lo veía claro, esa era la misión de él al escogernos como padres: venir, dar y enseñarnos a amar, para finalmente partir. Así me lo hizo saber una señora que se hizo presente en el funeral de nuestro hijo: “Usted no me conoce, -me dijo-, pero quiero que sepa que Hugo Alejandro sembró una semilla de amor en cada casa de este vecindario que él visitó”. Esto para mí fue una orden, debo apropiarme de ese legado para que su muerte no haya sido en vano.


Como consecuencia de esta decisión, buscamos con mi esposo tomar parte en varias actividades de servicio a los demás: visitar a los ancianos, servir el chocolate a los niños de la calle, acompañar a los enfermos de Sida leyéndoles las revistas y libros de su preferencia, asistir y animar grupos de oración y acción social parroquiales…, pero nada de esto llenaba mi inmenso vacío y en varias ocasiones sentía que algunas de estas actividades me removían el dolor o que carecía de la formación necesaria para hacerlas con eficacia; no eran parte de mi experiencia de vida.

¿Hasta qué punto podía logra empatizar con vivencias que no me eran familiares?

Entonces, un día, mi esposo y yo lo tuvimos claro: “debemos buscar a padres que hayan vivido la experiencia de la muerte de sus hijos para compartir nuestro dolor y encontrar juntos un nuevo sentido a nuestras vidas.” Y así lo hicimos, fue entonces cuando descubrimos que buscar alcanzar el dolor del otro, engrandece nuestro espíritu a tiempo que minimiza el propio dolor.

No se trataba de unir más dolor al dolor, se trataba de escuchar y compartir con empatía y amor las múltiples experiencias dolorosas que cada uno habíamos vivido de forma diferente y muchas veces de similares formas. Respetábamos las diferencias, pero buscábamos indagar sobre aquello profundo que nos unía.

En Cali iniciamos el grupo LAZOS para promover sesiones de autoayuda orientadas a la elaboración del duelo por la muerte de un hijo. Poco a poco fuimos llegando a muchos corazones. En estos 29 años de ausencia física de mi Tato, su presencia espiritual nos ha motivado a trabajar de manera continuada en este propósito en varias ciudades de diferentes países. Mi hijo nos ha acompañado siempre, ha estado presente en cada reunión, no ha faltado a ninguna, porque siempre lo hemos llevado en nuestro corazón. En medio de este propósito he sido muchas veces recompensada cuando he visto dibujada una sonrisa en la cara de un padre o de una madre que poco antes contemplé llena de lágrimas. Ese es el más grande regalo que puedo recibir.

Aprendimos que “Dolor compartido es dolor diluído”, aprendimos que podemos formular muchos “por qué” y elaborar en equipo una respuesta individual para cada uno de ellos, aprendimos que no existen culpabilidades por lo que dejamos de hacer, porque siempre hicimos todo lo que teníamos que hacer por nuestros hijos, aprendimos que ellos vinieron a nosotros, cumplieron su misión y luego partieron, seguramente tras la búsqueda de nuevos retos, de nuevos horizontes y de infinitos amaneceres, aprendimos que podemos transformar el apego, origen de nuestro dolor, pero inicialmente necesario para orientar nuestra labor de padres, en amor incondicional que no exige la presencia del hijo amado para seguirlo amando.

Espero llegar a nuestro reencuentro con las manos llenas de las semillas que aprendí a recoger en el camino de la vida, para sembrarlas en su jardín de eternidades. Trabajo para que ese día me diga: “Mamá, te vi bien, me siento orgulloso de ti porque no permitiste que el dolor te derrumbara, ¡Esa es mi Mamachata!”, -como solía llamarme-

Finalmente quiero invitarlos a transitar el sendero del amor, es el único que conduce de forma segura al lugar donde renaceremos junto a sus hijos.

 

Beatriz López


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