Tarea 13: Reconstruir. Dios
Muchas de las personas que nos acompañaron durante todo
nuestro proceso de duelo, fueron amigos de mis padres que tenían una fuerte
convicción religiosa. Sus palabras y sus acciones de amor y solidaridad, con
total certeza, provenían de una Fe sólida que tenía como único objetivo,
brindarnos un espacio para retomar la fuerza necesario que nos permitiera
afrontar la experiencia más difícil de nuestras vidas.
Sin embargo, aunque para nosotros estos espacios de oración
y tranquilidad, con frecuencia resultaron ser útiles en términos emocionales;
cada uno, a su manera, sabía que, en su interior, se entretejía una trama
compleja que se encontraba removiendo todo lo que hasta ese momento entendíamos
con nuestra espiritualidad.
Esa paz generada a través de la oración era cuestionada a
través de la rabia y el desconcierto de saber que un Dios de amor había
permitido tamaña injusticia en un joven que había demostrado ser una ser humano
íntegro y bondadoso.
Por mi parte, recuerdo haber acompañado a mi mamá en todos
sus espacios de oración a través del rosario. Mientras la escuchaba contemplar
los misterios del día y repetir padres nuestros y ave marías sin fin, yo pensaba
que tal vez, y solo tal vez, esa Fe fiel depositada en la Virgen María pudiera
promover un milagro que nos permitiera escuchar un dictamen diferente cada vez
que un médico se asomaba por la sala de espera de la Unidad de Cuidados
Intensivos.
La información espiritual que nos llegó durante ese tiempo
fue abrumadora. Cada uno de nuestros amigos; e incluso personas que no conocíamos,
compartía con nosotros su visión, sus mensajes y sus vivencias; las cuales
siempre entendimos como una manera amorosa de acercarse a nosotros para brindarnos
algo de consuelo. Cartas dictadas por Dios, misas de sanación, espacios de
confesión en comunidades ubicadas en las afueras de la ciudad… hasta
invitaciones donde brujas que tenían la capacidad de leer el futuro. Cada amigo
llegaba a nosotros con la intención de colaborar desde sus creencias. Recuerdo
muy bien que un día llegó a nuestro hogar una estatua de la Virgen de Fátima.
Perfecta y hermosamente tallada, para que nos acompañara. Si mal no estoy, esta
virgen visitaba las casas de las familias que requerían de su apoyo espiritual
y permanecía ahí hasta que otra familia requiriera de su presencia.
Personalmente, a mis 15 años, mi acercamiento a toda esta
experiencia religiosa se hizo desde el deseo de encontrar ayuda. Alguien debía
sacarnos de ese hoyo negro en el que nos encontrábamos, y quien mejor para ese propósito
que el mismísimo Dios con su infinito poder.
Mi proceso de duelo entonces, en ese sentido, me llevó a comenzar
a cuestionarme de manera clara y contundente por todo aquello en lo que creía,
o me habían dicho en el colegio, o la iglesia, o había experimentado de manera
personal. Después de su muerte, la religión ocupo un espacio importante de
reflexión y reelaboración. Entendía la paz que podía generarme el entrar a una
iglesia vacía y sentarme a hablarle a “alguien” sobre mis dudas, preocupaciones
y sentimientos; sin embargo, al mismo tiempo me molestaba el encuentro con las
reflexiones de algunos sacerdotes en misa que me invitaban a pensar en un mundo
de pecado, miedo y arrepentimiento. Si eres bueno, Dios será bueno contigo…
pero si eres malo (y en esto tenía cabida todo tipo de acciones, hasta las más
absurdas) Dios te corresponderá de igual manera. Esta concepción no encajaba
con mi experiencia de vida y se me asemejaba más a un Dios comerciante que a un
Dios de amor.
Creo que tuve la fortuna de crecer en medio de una familia
donde podía observar claros contrastes en cuanto a sus convicciones religiosas,
sin que eso representara necesariamente un conflicto. La Fe de mi madre desde
la oración y su amor infinito por la virgen; en quien encontraba verdaderas
respuestas y sensaciones de paz intensas; y la de mi padre, un poco más
académica y cimentada más desde la razón. Dos maneras diferentes de concebir
una misma experiencia religiosa. Este contraste, de alguna manera, me permitió
cierta libertad a la hora de elaborar mi propia visión del mundo en este
sentido. Eso sumado a unos AMIGOS sacerdotes que se cruzaron en mi camino en el
colegio y mi vida profesional, que me iban brindando la posibilidad de contrastar
visiones diferentes sobre lo que ellos entendían por un Dios de amor.
En este sentido, mi proceso de duelo me obligó a plantear
para mi vida una posición que me permitiera aceptar el absurdo de su muerte
como una posibilidad para fortalecer mi experiencia espiritual. Debo decir que
de ninguna manera es algo que sucede en 6 meses o un año. Más bien es un camino
que constantemente se reconstruye y cuyo punto de partida siempre será Hugo
Alejandro.
Recuerdo que un día, estando en el hospital, que el padre Gutiérrez
le decía a mi papá: A partir de hoy, Dios, tiene otro nombre; y ese nombre es
Hugo Alejandro. Esta sentencia fue algo que fui entendiendo con los años. Hoy sé,
que el acercamiento con mi mundo espiritual está atravesado por la experiencia
de su muerte, vivida a mis 15 años. Es desde ahí, y desde los permanentes diálogos
internos que sostengo con él, desde donde reconstruyo y conozco el Dios en el
que hoy creo. Más parecido a un padre de inmenso amor, que respeta nuestra
libertad y que, en ese juego de decisiones libres, acompaña nuestro caminar,
nos habla al oído, celebra nuestras victorias y nos abraza y acoge en medio de
nuestra humanidad.
Esta es UNA VERSIÓN PERSONAL de un proceso de reconstrucción,
hecha a través de mi propia experiencia de duelo, sobre lo que hoy entiendo
por: vida espiritual. La invitación entonces, en esta TAREA 13, después de
haber recorrido un camino importante en este nuevo proyecto, es que inicies tu reconstrucción
espiritual, desde tus propias experiencias. Interioriza los valores que hoy
deben regir tu vida, y asume de manera coherente tus futuras decisiones. Te
invito a iniciar este proceso de una manera ordenada y seria. Lee, investiga, acércate
a otros que puedan apoyarte en este camino, y date la oportunidad de aprovechar
tu duelo para crecer en tu humanidad.
Mis días son largos sin la presencia de mi hija,me le quitan su vida a los 20 años..es un dolor que no se quita duele cada día.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir tus sentimientos con nosotros. Comprendemos tu dolor y no nos resta más que acompañarte en el con la certeza de saber que el amor que te une a tu hija irá y tansformando, poco a poco, esa pena en una oportunidad más para amar y brindarle un nuevo y más profundo sentido a tu existencia. Cuenta con nosotros en ese camino.
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