DESDE EL CORAZÓN DE LA CHATA




 

DESDE EL CORAZÓN DE LA CHATA


Queridas amigas, hoy debo escribirles, “de corazón a corazón”, ya que la vida ha querido tendernos un lazo para unirnos en el amor, a través de nuestra experiencia de dolor. Ese lazo jamás deberá romperse y a través de él podremos comunicar todas nuestras angustias, tristezas, decisiones, alegría y frustraciones, con la seguridad de ser escuchadas y comprendidas en nuestra búsqueda de paz y esperanza.

 

El derrumbe de lo que hasta ese momento constituía mi felicidad se inició el día 14 de noviembre de 1991, cuando mi hijo Hugo Alejandro fue baleado por asaltantes y trasladado a una clínica el Bogotá donde fuimos informados que allí nada podían hacer y que moriría en el trascurso del día. En ese momento mi vida perdió totalmente su sentido y me empecé a formular un sinfín de preguntas acompañadas de un clamor desesperado sobre cómo podía continuar viviendo sin él. Me sentía impotente e incapaz de seguir viviendo.

 

Él se resistía a morir y nos regaló 13 días más, para ayudarnos a ubicar nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestros tiempos. Esos días fueron muy importantes para entender nuestra fragilidad, pero también, lo perfectos y capaces que somos los seres humanos. A pesar de que nuestra vida, nuestros sueños y nuestros propósitos, habían rodado por el piso, sabíamos desde lo más profundo de nuestro ser que cada instante que pasaba debíamos de nuevo levantarnos para continuar. El mundo seguía girando y las gentes caminaban por las calles de mi ciudad como si nada hubiera sucedido. Pero nosotros, seguíamos viviendo, seguíamos sintiendo hambre y necesidad de asearnos. Todo debía continuar, aunque ese maravilloso motivo de nuestro amor ya no estuviera presente.

 

De pronto empezamos a percibir que la vida se conmueve, que nos envía infinitas formas de ayuda. Nuestra familia, nuestros amigos, la naturaleza y ese sentimiento indescriptible que Dios nos regala con su paz. Amigas, estoy segura que sin estas inolvidables ayudas habría sido imposible para mí, superar este terrible dolor.

 

En esos 13 días de coma de mi Tato, llegaron a mi, muchos sentimientos diversos; entre ellos la rabia, que hacía que me interrogara sobre la absurda realidad de que un ser tan maravilloso hubiera sido víctima de delincuentes, y aún algo más hondo; mi frustración espiritual. No entendía cómo, si yo, que me consideraba la “consentida de Dios” y había procurado llevar una vida en medio del respeto y la búsqueda de valores fundamentales anhelando siempre el mayor bien, había sido “castigada”, teniendo que vivir la trágica experiencia de la muerte de mi hijo. Empecé a buscar dentro de mí ¿qué había hecho de malo en mi vida para merecer tan duro castigo?

 

Poco a poco logré entender que esa no es la vida, la vida es muy diferente, la vida no es un juego de “toma y dame”. Ese Dios dador, justiciero y castigador no podía ser real, no podía existir. Sólo era posible un Dios AMOR,

 

Recuerdo que lo primero que hice fue decirle a la Virgen: “Tu sí sabes lo que yo siento” y desde ese momento les digo a las madres que han perdido un hijo “Yo te comprendo, permíteme acompañar tu dolor, porque a mí también me mataron un hijo”

 

Aprendí a aceptar su partida, cuando pedí a Dios: “Llévalo al lado tuyo no quiero que mi Tato sufra más, quiero verlo libre, feliz, sin tristezas ni dolor”. Estaba segura que mi dolor podría superarlo con las maravillosas herramientas que el ser humano tiene para lavar su alma: las lágrimas, el poder de tomar decisiones por dolorosas que estas sean, el amor de la familia y la compañía de los amigos. Estoy segura que estas decisiones fueron acertadas para hallar un propósito a mi dolor. De lo contrario, mi destino podría ser la muerte, la enfermedad o una vida de insoportable sufrimiento. Allí comenzó mi lucha y también la misión que aceptaría realizar por el resto de mi vida

 

A 30 años de su ausencia física, son tantas las bendiciones que me ha regalado su “vida eterna” que, hasta hoy, no me canso de bendecir su muerte.

 

Continuará…

 

LA CHATITA

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