El regreso al presente

    En todos estos años hemos visto que, durante el proceso de duelo, una de las principales urgencias a trabajar, es la necesidad de recuperar la consciencia por el presente. Saber y sentir, a pesar del inmenso dolor, que aún estamos vivos, que el tiempo continúa pasando, aunque pareciera que se ha detenido. Que la gente que se encuentra a nuestro alrededor sigue su vida, aunque la nuestra se encuentre destrozada.

    Los días posteriores a la muerte de Hugo Alejandro pasaron en automático. Y en ese sin sentido, no faltaba el tiempo en que nos preguntamos: ¿Dónde estás?

    Aterrizar de nuevo en la rutina y la posibilidad de seguir vivos era, fundamentalmente, un trabajo de volver a entender que el presente aun existía. En ese camino de búsqueda, hemos insistido en que una estrategia que particularmente nos funcionó muy bien como familia, era el de hacer contacto con la naturaleza. Salir a caminar, volver a sentir la brisa, acariciar un perro… escuchar los cantos de los pájaros. De alguna manera, esta desconexión producida por el dolor de la muerte comenzaba a abrir caminos que nosotros no habíamos visto antes. La brisa era diferente, los árboles, los animales… las personas se veían distintas si lográbamos, con gran esfuerzo, que en algún momento del día, nuestra alma se sintiera en paz.

    En esos instantes, inicialmente muy cortos y posteriormente, un poco más extendidos, encontrábamos una conexión especial con aquello que antes era parte del decorado. Y fue cuando en momentos de mucha tristeza o ante la urgencia de tomar decisiones importantes; siempre, se cruzaba ante nuestros ojos un pájaro de alas negras con pecho rojo y muchas respuestas. No sé cuántas veces lo habremos visto en nuestra vida pero, la verdad, ninguno de nosotros fue consciente de ello hasta después de su muerte.

    No se nos hizo difícil relacionarlo con Hugo Alejandro. El rojo y el negro eran sus colores preferidos. La persiana de su cuarto, la colcha, su ropa, todo tenía esta curiosa combinación. Sin embargo, más allá de lo que entendiéramos era su presencia permanente y siempre oportuna, había una sensación de paz y claridad inexplicable que penetraba en los huesos cada vez que veíamos volar un punto rojo en la distancia. Por esta razón, hasta ahora, no acostumbramos a hablar en profundidad sobre lo que el pechirrojo ha significado en nuestro proceso de duelo; porque creemos que es un mensaje tan personalizado que contarlo puede llegar a ser mal interpretado. Hoy, a través de este boletín nos animamos a hacerlo en esta sección porque si bien es una experiencia que nos pertenece, puede contribuir a que algunas personas que han tenido experiencias similares sientan que tal vez no están solos en esto que a veces pareciera ser una locura. Durante estos 30 años se nos han acercado cientos de personas a contarnos sus sensaciones con mariposas, colibrís, pechirrojos y otros tipos de pájaros. Por eso nuestra vivencia, aunque no es transferible, pueda ser útil y ayudar a brindar un camino de esperanza... un pequeño empujón para regresar a vivir el presente.  

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