¿El dolor por la muerte de un ser querido es para toda la vida? Por: Beatriz López

 ¿El dolor por la muerte de un ser querido es para toda la vida?

Por: Beatriz López

Chatalopez2@hotmail.com

Amigos queridos.

            Nuevamente compartiendo con ustedes mis sentimientos, miedos y decisiones más profundas. Esto solo es posible para mi hacerlo, con las personas con quienes me une la experiencia del dolor. Este es un lazo de ida y vuelta hasta cielo, que es imposible romper.

Mi primer interrogante al morir mi hijo Hugo Alejandro fue: ¿Cuándo me va a pasar este dolor tan grande? Buscando una respuesta, formulé esa pregunta a un amigo a quien se le había muerto hace siete años su hija. Anhelaba que su experiencia pudiera darme una esperanza. Su respuesta aumentó mi desconcierto y desesperación: ¡NUNCA…!

            Sentí que este sería entonces el fin de mi vida y si la muerte no venía en mi auxilio, estaría para siempre “muerta en vida”. ¡Eso no puede ser! -me dije- ¡Mi hijo no vino a mi vida para finalmente convertirse en el causante de mi desgracia!

            Pasaron los días y mi dolor seguía siendo muy grande, pero de igual manera, sentía que mi instinto de conservación luchaba para que yo pudiera seguir viviendo. Empecé entonces a tomar decisiones no sé cómo ni por qué, debido a que en ese tiempo no existían las ayudas que hoy tenemos. Estoy segura que la vida se compadeció de mí y poco a poco fui creando oportunidades para hacer posible la toma de esas decisiones. Nunca imaginé que todas las acciones que emprendí, movida por mi desesperación, fueran una “amorosa receta” para sanar mi dolor.

            Es esos momentos, el tiempo transcurría lento e inexorable, pero yo sentía que iba sanando poco a poco en la medida en que afrontaba mis necesidades y le decía “sí a la vida”. Algunas de mis decisiones eran muy dolorosas: ver sus videos, disponer de su ropa, caminar por las mismas calles que recorríamos los dos llenos de felicidad, ahora solitarias, sin respuesta, oscuras y sin vida, pero en las que albergaba la esperanza de volverlo a ver.

            El mundo seguía girando, pero ¿cómo afrontarlo si su presencia? ¿Cómo podría cumplir con las responsabilidades que ahora la vida me imponía?

            Este dolor es inhumano -pensaba- ¿Por qué a una madre, la vida le roba sus ilusiones y le da una “estocada mortal” sin que nada más importe? No podía entenderlo: he amado, he servido, he sido fiel a mis principios. ¿Acaso eso no es suficiente para poder tener una existencia feliz y tranquila?

            Pues NO, la vida es muy diferente y sin duda el dolor es una oportunidad que nos enseña a entenderla y a disfrutarla, tal como es y no como siempre quisiéramos que fuera.

            Cada vez lo veía con mayor claridad: cada acto de mi vida futura ahora debía transcurrir con plena consciencia y para ello era necesario un gran esfuerzo. Se trataba de aprender a dar los primeros pasos después de una parálisis que al inicio parecía definitiva. Se trataba de aprender poco a poco a escuchar y a sentir.  Todo esto era un reto para mi. La mamá valerosa, fuerte, amorosa, que conoció Hugo Alejandro, no podía ser ahora la destruida, la derrotada, la débil. Eso sería para él y para mi Julián una gran frustración. Era necesario demostrarme a mi y a ellos, que aún en los momentos más oscuros y difíciles que la vida nos plantea, era posible contar con la fortaleza y la dignidad requeridas para salir de ese profundo abismo.

            No es fácil, es una lucha constante retornar a ver la vida “tal como es”. Se llora, se pelea con Dios, se confrontan nuestros principios, se golpean las paredes, se grita..., pero finalmente, se siente que es posible volver a vivir en plenitud.

            Es increíble el poder y la belleza que tiene el amor a nuestros seres queridos. En medio de una insondable oscuridad es posible vislumbrar una luz plena, clara y nítida que nos hacer experimentar que sus almas están fundidas con las nuestras. Eso no lo logramos percibir cuando los tenemos físicamente a nuestro lado, porque nos detenemos en lo más superficial de su presencia. Tenía yo razón cuando con rabia y desilusión veía a mi muchacho malherido por las balas y afirmaba: “¡Podrá recibir muchas balas en su cuerpo, pero a su alma bella e inmortal, no la destruye nadie…! Así fue. Su alma ha guiado cada paso que doy y cada esfuerzo por convertir el dolor en amor a mí misma y a los que me rodean.

            Después de tanto tiempo sin su presencia física y de haber tomado decisiones, puedo afirmar que la semilla de mi hijo que sembré en el corazón, ha florecido copiosamente y está dando fruto maravilloso. He logrado, gracias a permitirme elaborar mi experiencia de dolor, convertir muchas lágrimas en sonrisas, tener cada día más amigos que acompañan nuestra lucha, y lo mejor: “amigos de luz” que inundan con su claridad los espacios vacíos que dejó su ausencia.

¡Gracias mi Hugo Alejandro por tanto amor, por seguir en mi vida sin ser causa de mi dolor, por llenarme de paz y tranquilidad, porque tu vida ha renacido en mi vida, porque me motivaste para que este dolor no fuera eterno y alcanzara su pleno sentido en el Amor…!

De esta forma he buscado siempre rendir un homenaje a tus 19 años de vida en mi vida. Ahora puedo darte un parte positivo: Fuiste, eres, y serás siempre, una maravillosa razón para vivir.


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