El duelo, una montaña rusa de emociones. Por: Martha Medina Orellana

El duelo, una montaña rusa de emociones.
Por: Martha Medina Orellana
RRSS:
Facebook: Martha Medina Orellana
Instagram: marthamedinaorellana
Correo: martha_medina9@hotmail.com

 

Aquel día era el decimoprimero, de un conjunto de días complicados y angustiantes en los que no me desprendí de su lado ni un solo momento. El diagnóstico de COVID había sido fulminante para mi esposo, quien siempre se había esmerado en cuidar su salud y mantenerse activo, sano y con bienestar general y, en ese camino, me había llevado de la mano, pues ambos cuidábamos de nuestra salud.  Durante la pandemia, no salíamos ni recibíamos visitas y por lo tanto, no había  explicación lógica para ese contagio. Tampoco la hubo para esclarecer por qué se empeoró él y yo no, siendo que ambos estábamos contagiados. Fueron 11 días totalmente indescriptibles, completamente irregulares y terroríficos; llenos de incertidumbre y esperanza a la vez. ¡Qué contradicción!

Luego, la estocada final. En la tarde del 17 de diciembre de 2020, falleció, a la edad de 60 años.

Posteriormente, llegaron días de los cuales tengo recuerdos vagos:  llamadas interminables, mensajes que no dejaban de llegar, personas que se acercaron, otras que se alejaron.  Dolor, sufrimiento, más dolor. Una de esas llamadas fue de un Coach amigo.  Sus palabras me sirvieron para despabilarme un poco y reunir más fuerzas para afrontar lo que venía: “Tu duelo está muy reciente.  Todavía no has asimilado lo que pasó; falta lo peor”.

Me dije a mí misma: “¿Qué puede ser peor de lo que estoy sintiendo?” Cuánta razón tenía.  Los meses subsiguientes transcurrieron en modalidad “piloto automático”.  Gracias a Dios tenía un trabajo para ocupar mis pensamientos, aunque no lograba concentrarme como antes.  Luego, descubriría que la falta de concentración es una de las típicas características de una persona en duelo o “doliente”.

No sé en qué momento específico comenzaron a llegar las preguntas: ¿por qué? ¿para qué?

Luego la culpa: ¿por qué lo lleve a la clínica? O la contraria: ¿por qué no lo llevé desde el principio?

También los “hubiera” se hicieron presentes: “No hubiera fallecido si yo no lo hubiera llevado a la clínica”, “Hubiera vivido si le hubiera conseguido otro doctor o más enfermeras” … “o más oxígeno”

No había respuesta para aquellas preguntas.  Fue entonces cuando me percaté de lo que me había dicho el Coach, era cierto…. la situación se iba poniendo peor.

Ha habido momentos en que no he sabido qué hacer.  Ni todos mis estudios de especialización, ni mis títulos académicos, ni mi experiencia en educación, ni nada de lo que me había esforzado en lograr, nada me servía para afrontar el trauma que estaba viviendo.  Me rondaban ideas suicidas; me ahogaba en mis propios pensamientos. No podía concretar ni dos horas seguidas de sueño… nada me ayudaba a salir de la oscuridad.  Yo había perdido mi identidad.  Mi rol de esposa se había esfumado de un momento a otro.

Un día de aquellos en los que literalmente me arrastraba, en lugar de caminar, recuerdo haber llegado a mi cuarto y arrodillarme para clamar a Dios, gritando, llorando, y entregarle mi vida, mi cuerpo físico, mi voluntad, todo… yo ya no quería nada para mí.  Mis fuerzas humanas se me habían terminado. Le dije: “voy donde Tú quieras que vaya; haré lo que Tú quieras que yo haga”.  Y decidí esperar, a veces tendida en mi cama sin poder levantarme, llena de ansiedad, depresión y falta de voluntad.  Otras veces, intentando preparar las clases que daba u otro trabajo administrativo.  Me preguntaba a diario: ¿para qué vivir, si mi motivación para continuar, mi compañero de luchas y victorias ya no estaba?

Respetando las creencias de cada persona, paso a comentar que en esa espera por que Dios hiciera “algo” conmigo o para mí, comencé a recibir señales claras:  ¿quién me las enviaba? ¿Dios, como le había pedido? ¿mi esposo? ¿los ángeles?

La palabra “confía”, aparecía constantemente en mis redes sociales o en cualquier texto que estuviera leyendo. 

Siempre me ha gustado investigar y estudiar.  Y eso fue lo que comencé a hacer.  Ya había leído los libros y teorías de autores como Elizabeth Kübler Ross, Brian Weiss. Había leído libros y escuchado podcasts de tanatólogos especializados en duelos difíciles. Hasta que llegué a Cuando el duelo pregunta. Creo que fue aquí donde mayor ayuda recibí y donde mis emociones comenzaron a asentarse y yo empecé a monitorearlas, a reconocerlas y a intentar controlarlas.

Las 15 tareas fueron de gran ayuda, pues constituyeron un camino recto y directo para conectarme con mi duelo y descubrir que, al certificarme, podría ayudar a otras personas en mi misma situación.  Esto último es algo que ya empecé a hacer hace 1 año aproximadamente y me causa mucha satisfacción.  El hecho de ayudar a otras personas, también me ayuda a sanar.

Para mi sorpresa, muchas de las teorías que solemos ver a diario como “inteligencia emocional”, “control de emociones”, etc. se quedan justamente en eso, en teorías.  No es si no cuando nos toca poner en práctica en carne propia, que nos damos cuenta qué difícil es el manejo de las emociones.

Tuve que acudir a terapias para poder controlar mi ira sobre este fatal suceso que nadie vio venir y que devastó completamente a mi familia.

Aprendí a identificar la culpa que me consumía y a minimizarla de alguna manera, ya que siempre actuamos con los recursos que tenemos y, obviamente, si se trata de algún ser querido, siempre actuaremos desde el amor hacia ellos.

Tuve y tengo miedo.  Pero ahora lo abrazo, no lo rehuyo, sino que más bien intento tenerlo a mi lado, para poder manejarlo rápidamente.

No permito que nadie opine o sugiera sobre nada relacionado a mi duelo, porque solo quien pasa por aquí, sabe cómo lo lleva, sabe cuánto dura, cómo maneja o controla las emociones que se van presentando.  Solo los dolientes sabemos por qué en un momento podemos reír e, inmediatamente, si nos abordan los recuerdos, llorar desconsoladamente. Solo nosotros podemos saber en qué momento nos deshacemos de sus pertenencias o qué nos produce apego y queremos conservar.

Solo nosotros podemos determinar cómo atravesamos esta tormenta que, cual olas gigantes, a veces nos lleva a picos de tristeza, o a remansos de calma, indistintamente, sin horarios fijos, ni calendarios por estrenar.

Ira, calma, impaciencia, irritabilidad, culpa, desasosiego, son algunas de las emociones que experimentamos durante el duelo y que se presentan intempestivamente moviendo nuestro “piso”, ese espacio que intentamos mantener estable para lograr un poco de paz.

Ignoro si vuelva a “ser” feliz.  Pero estoy segura de que “estoy” feliz ahora.  Mis dos últimos nietos nacieron luego de que mi esposo falleciera.  Tengo 3 personitas maravillosas que hacen que nazca la fuerza de voluntad que hace algún tiempo le pedí a Dios que sembrara en mi nuevamente. 

Continúo comprometida conmigo misma. He comprendido que las emociones son “casi tangibles”, unas más fuertes que otras y que debemos permitir que se presenten para poder analizarlas, controlarlas, manejarlas y continuar viviendo con ellas.  Es la única manera en la que podemos avanzar junto a estas compañeras , a veces no gratas, que nos definen en nuestro camino hacia el crecimiento personal.

 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Qué soy? El Pechi, un mensajero de amor.

Los mitos del duelo Por: Julián Castelblanco

Las creencias limitantes para la elaboración del duelo Por: Jennifer M. Pérez Rivera, PhD