LO QUE NO TIENE NOMBRE: EL DUELO POR LA MUERTE DE UN HIJO Por: Psico. Milena Casas
Por: Psico. Milena Casas
ps.casascastromilena@gmail.com
Por lo general, uno de los
argumentos que tienen sobre su duelo los duelistas que han perdido un hijo, es
que su pérdida no tiene nombre y esto hace más difícil el poder aceptar lo
sucedido. ¿Cómo voy a superar este
dolor, si ni siquiera puedo nombrarlo? Al que pierde sus padres se le llama
huérfano, el que pierde su pareja es un viudo/a. Estos dos, son los nombres más
conocidos y utilizados para una pérdida específica. Sin embargo, considero que
más que un nombre, es un estado o situación momentánea que define estos dos
tipos de pérdida.
El viudo/a, cuando rehace su
vida, deja de ser viudo, ya sea porque tiene una nueva pareja, o porque
simplemente decidió continuar con su proyecto de vida y darle un nuevo sentido
a su existencia, por lo que es probable que él o ella dejen de sentirse como
un(a) viudo(a) o que la sociedad deje de verlo de esta manera.
Si perdemos a nuestros padres
cuando somos pequeños, existe la posibilidad de tener figuras maternas o
paternas que se encarguen de ejercer el rol de cuidadores, brindando el afecto
y la seguridad que el menor necesita y, aunque no tenga a sus padres
biológicos, no se encuentra en estado de orfandad y es probable que el menor
llegue a identificar en estos cuidadores una figura materna o paterna. Así
mismo, cuando un adulto pierde a sus padres, es probable que no se considere
como un huérfano, porque seguramente podrá valerse por sí mismo, por lo tanto,
no se verá a sí mismo como tal. Con estos ejemplos, lo que quiero hacer notar
es que, aunque este tipo de pérdidas tengan un nombre, las personas que han
perdido a sus padres o a su pareja no serán huérfanos o viudos para siempre,
pero esto dependerá de cómo la persona maneje su pérdida y cómo quiere sentirse
bajo esta etiqueta, y si quiere permanecer bajo esta por tiempo indefinido.
Una prueba de que las personas no
permanecen bajo estos títulos para toda la vida, es que después de varios años
tras su pérdida, por lo general no dicen: soy un viudo o soy un huérfano, sino,
que indican me quedé huérfano o enviudé a tal edad. Esta manera de decirlo, es
una muestra de que nuestro dolor no queda supeditado a ese nombre y que ese
nombre también se supera.
Ahora, respecto al duelo por la
muerte de un hijo, como psicóloga, he escuchado muchas veces, tanto en
pacientes como en la literatura, que el duelo por la muerte de un hijo es algo
que no se espera, que es antinatural, tanto que ni siquiera tiene un nombre.
Incluso, hace unos años, un grupo de personas en España solicitó a la Real
Academia de La Lengua Española (RAE) que se denominara este tipo de duelo y que
se tuviera en cuenta el término “Huérfilo”. Como psicóloga, entiendo la
necesidad que tenemos en poder nombrar algo, para poder enfrentarlo o
trabajarlo, pero muchas veces, este argumento frente al duelo por la muerte de
un hijo, termina siendo una barrera para enfrentar el dolor de la pérdida, para
posponer las decisiones de trabajar mis emociones y poder continuar con la
vida.
Los seres humanos sabemos que la
muerte es un proceso natural y que, algún día, va a llegar, aunque no la
esperemos. No esperamos que una mamá de 90 años se muera, tampoco esperamos que
una mascota se muera, mucho menos esperamos que un hijo muera. Aunque sabemos
que la muerte es inherente a la vida, no la esperamos, porque así nos han educado.
“LA MUERTE NOS ESPERA
No te enamores, eres muy joven.
Los tatuajes son para toda la vida.
Ya tendrás tiempo para viajar.
La muerte responde a todos estos argumentos.
La vida es demasiado corta,
aún así, nos educan
como si fuera
exageradamente larga.”
Carlos Kaballero
Este escrito que encontré en una
red social, explica lo que estoy diciendo de cómo nos educamos frente a la
muerte.
Entonces, en cuanto al duelo por
la pérdida de un hijo, el cual no tiene un nombre, hago la siguiente reflexión:
Cuando unos padres conciben a un hijo, no siempre ese bebé tiene un nombre, hay
muchas cosas que no se tienen pensadas o preparadas para la llegada de ese
bebé, que, además, no siempre viene acompañado de ilusión y deseo; sin embargo,
esto no limita la posibilidad de sentir y vivir la experiencia de ser padres y,
poco a poco, van construyendo esa nueva realidad, preparándose para esa
experiencia que, a veces, está acompañada de miedo, de angustia, incluso, a
veces, de rechazo.
Mi propuesta de trabajo es que,
así como se construye la vivencia frente a la llegada de un hijo, se pueda
construir la experiencia de la partida de un hijo y si esta no tiene nombre,
pongámosle uno. La palabra viudo o huérfano son palabras que alguna vez alguien
creó y son generales. En cambio, si la muerte de un hijo es un evento de una
magnitud diferente, es mejor que no tenga nombre. De esta manera, cada padre
puede bautizarlo de acuerdo con cómo lo siente y darle el significado que
necesita, para que esté acorde con su pérdida. Si el duelo se trata de aprender
y transformarnos por esa experiencia, creo que es más significativo, cuando
podemos nosotros mismos darle un nombre y no utilizar uno genérico, donde caben
todos, sino un nombre que, para mí, signifique algo, y así, como alguna vez se
nombró a un hijo y se soñó con la posibilidad de caminar con ese hijo, de
aprender y de enseñar; así mismo, pueden tener la posibilidad de nombrar esa
experiencia, ese dolor, esa tristeza, ese miedo, pero también esa ilusión de
poder reconstruir su vida, de tener nuevas ilusiones y, en algunos casos, de
seguir siendo padres o madres para esos hijos que ya no están.
Comentarios
Publicar un comentario